Sinopsis:
Continúan las vicisitudes de
Hans von Kluberg como inspector de los campos de concentración nazis, narrando
el horror de los experimentos llevados a cabo con seres humanos como si fueran
cobayas, hasta el final de la guerra.
El fascista mata por miedo. Nada le
hace temblar más que las ideas de los otros; incapaz de pensar, no permite que
los demás lo hagan.
Es como un castrado al que enfureciese
saber que hay hombres capaces de hacer el amor. El fascista mata porque ama el
silencio y no tolera que una voz. humana pueda pronunciar palabras que no sean
órdenes. El fascista no desea la libertad porque, sencillamente, no sabría qué
hacer con ella. El fascista viola a las mujeres porque es incapaz de
conquistarlas; odia a los niños porque teme que una vez convertidos en hombres,
cometan el horrible pecado de pensar. El fascista quisiera convertir al mundo
en un hormiguero dentro del cual él pertenecería a la clase de las
hormigas-soldados, al servicio de una reina ciega y sin cerebro.
Este libro
está dedicado a todos los que sufrieron de los muchos fascismos, negros, pardos
o rojos, que en el mundo han sido.
KARL VON
VEREITER
Alrededores de
Dachau, noviembre de 1975.
INTRODUCCIÓN:
No se llamaba Hans
von Klüberg, pero quise respetar su anonimato, ya qué antes de morir no me dio
el tácito permiso de hacerlo. Eso sí, sus iniciales coincidían perfectamente
con las tres letras H. v. K.
Y tenía el
"von".
Al final del libro
doy al lector la corta pero emocionante historia de mi encuentro con H. v. K.,
al que seguiremos llamando Hans von Klüberg. Y he de advertir que ese nombre,
sin el "von", lo he utilizado como pseudónimo para algunas de mis
obras...
Nunca pensé
escribir lo que podríamos llamar las memorias de Hans von Klüber. Primero
porque cuando lo conocí, en Dachau, estaba yo muy lejos de saber que iba a
escribir, ni siquiera si me darían la oportunidad de vivir.
Pero todo eso lo
sabe ya quien ha leído "Yo fui médico del diablo".
Escribí muchas cosas -pienso a veces
que demasiadas... o muy pocas, porque será siempre poco lo que se escriba con
el deseo de contar la más horrenda verdad de la Historia-, y con el propósito
de aleccionar a los que no vivieron aquella espantosa tragedia.
Digo que escribí
mucho, y que siempre me asaltó la duda cuando consultaba las notas quey mucho
más tarde de mi salida de Alemania, escribí recordando el detallado relato que
de su extraordinaria vida me había hecho Hans von Klüberg.
No me enteré de su
muerte hasta cerca de pasados cinco años después de la guerra.
Fue una mañana luminosa, en mi casa
de la Costa Brava, cuando leí, perdida entré otras muchas, una noticia escueta
en la que se decía que el tt criminal de guerra H. v. K., Oberführer de las SS
"Generalinspektor
des Konzentrationslager había sido declarado culpable y condenado a muerte,
siendo ahorcado en una localidad del Este de Europa de cuyo nombre no quiero
acordarme.
Nunca supe cómo, después de su
estancia en Dachau, fue reclamado por las autoridades de, aquel país, ni como
lo llevaron hacia el lugar donde la muerte le esperaba.
De
lo qué no me cabe duda, y el lector podrá comprobarlo, es de que Klüberg no fue
ni culpable,, ni muchísimo menos criminal de guerra. Cuando en Dachau, pocos
días antes de la llegada de los Aliados, Hans me relató su vida, me proporcionó
datos suficientes como para escribir un libro.
Y
he escrito dos...
En el primer volumen "Los médicos malditos de las
SS, me dediqué a estudiar la primera parte de la vida de Hans, cuando no
conoció la justicia nazi más que en la figura de su padre, fiscal general, y
como huésped del campo de concentración .de Sachsenhausen... en esta segunda
parte: "La locura de los cirujanos nazis relato las experiencias de
Klüberg como inspector general de los K. L.
Y
al final, tras el relato de nuestro encuentro proporciono al lector, la lista
completa de aquellos médicos malditos...
H.v.K.
fue una victima, como tantas, de su tiempo. Como premio al trabajo que ofrezco,
desearía únicamente contribuir a que el nombre de aquel médico, como el de
tantos hombres manchados por la ceguera de los vencedores, se viera
definitivamente limpio de toda mancha.
Karl von Vereiter.